Hacia el atlántico. Por fin vamos a navegar por el océano atlántico, años enteros deseando, preparando, imaginando salir al atlántico y navegar sus grandes olas junto a mi barco, pero antes hay que cruzar la puerta, y esa puerta no es poca cosa, es la primera de las grandes pruebas, para atravesar esta puerta hay que pensarlo y estudiar bien antes. El corazón, al que siempre intentó seguir me ha dado muchas satisfacciones y también me ha metido en algún que otro lío y esta vez me va a proporcionar las dos cosasEl parte meteorológico no es nada favorable, vientos entre 15 y 20 nudos del oeste para los próximos cinco días. Pero hoy toca navegar, si salimos a las seis de la mañana, la corriente está a nuestro favor, y podremos aprovecharla para atravesar el estrecho y una vez en el océano, todo será favorable y podemos bajar rumbo directo hasta nuestra próxima recalada, la isla de Lanzarote.
Todo empieza muy bien, y el barco aparejado con su pequeña trinqueta le va ganando millas al estrecho, pero no las suficientes, y poco a poco la corriente se va convirtiendo de corriente favorable, a corriente en contra. Con esta nueva situación, todo da un giro, y la navegación se convierte en algo duro, lento, tortuoso. El barco está bien trimado, lleva todo su trapo al aire, navegamos como en tantas ocasiones en contra del viento, pero la velocidad apenas supera los dos nudos. Llevamos todo el día navegando, aunque más bien diría peleando y apenas hemos recorrido 20 millas. Está bien, he aprendido la lección otra vez, esta será la última, lo prometo, la próximas le hago caso a la cabeza, pero la próxima, ahora hay que salir de esta. Se nos echa la noche encima y aún estamos casi en medio del estrecho, así que cambio de planes. Una vez leí, que los cambios de planes son la salsa del viaje, y como estoy totalmente de acuerdo decidido poner rumbo hacía Barbate de Franco, ya que el rumbo hacia este pequeño pueblo pesquero, me es más favorable que seguir intentando llegar al final de la puerta del estrecho, aunque aún estemos cerca del continente africano y tenga que atravesarlo de costa a costa. Vamos a llegar de madrugada, agotados de todo un día de navegación, en el que me da la risa mirar las millas recorridas, el estrecho nos ha ganado, como siempre hace, ha impuesto su ley, y esa ley no se puede romper, pero por fin lo hemos superado, aunque sólo a medias, sólo nos ha dejado llegar hasta Barbate, vapuleados y con el ánimo por los suelos, será mejor descansar, comer atún de todas las formas posibles que lo preparan aquí, que son muchas, y enfrentarnos al gran océano mañana.
A levantarse, ahora sí Ni Banu, nos vamos al atlántico, hoy no nos lo quita nadie, a navegar a navegar, llegó el día, hoy sí. Miramos el parte meteorológico de nuevo, y veo que será una navegaba muy rápida con vientos fuertes a favor, es uno de esos partes en los que piensas que sí se equivocan y sopla más de la cuenta , estás jodido, en el océano es mejor no bromear, pero hemos deseado esto durante muchos años, demasiados años, que no sea un viento favorable fuerte a favor el que nos eche para atrás. Y con estas reflexiones, vuelvo a seguir los impulsos de mi corazón.
Miro el barco, y lo veo aún más lleno de vida, ya no navega, también baila, juega con el viento, con las olas, con el océano, ahora si se siente en casa.” Habla Ni Banu, cómo te sientes” -Ahora sí soy libre, el océano es tan grande –Me emociona lo que oigo, y no dejo de pensar en la gran paciencia que ha tenido esperando este momento, y me pregunto, si seré capaz de aprender esta virtud. Quiero aprender a saber esperar, este es uno de los grandes retos que me pongo en este viaje, aprender a ser paciente, aprender a esperar, aprender lo suficiente para no desesperar cuando quiero conseguir algo y no llega, aprender a saborear lo lento, a no forzar nunca. Quiero que llegue el día en que con cientos de millas por delante, navegar a escasos 2 nudos no me saque de mis casillas. Siempre con las prisas en este mundo moderno, me han hecho absorber que en el que no corre no gana, pero algo me dice que eso no es verdad, y sé que el camino de la lentitud, me hace más libre.
El viento sopla muy fuerte, la predicción empieza mal, tendría que estar soplando una ligera brisa, pero el viento sopla muy fuerte, aunque navegamos a gusto rumbo al sur, hacia las canarias, en cinco noches ya veremos Lanzarote. Por fin saboreamos los placeres del océano, olas grandes pero largas, que nos hacen sentir la gran potencia que acumula un océano. Son olas que viajan cientos y hasta miles de millas, y aun así son grandes y poderosas. Comienzan las rutinas, en la cocina los fogones comienzan a rendir sus frutos, salen panes, bizcochos, guisos con pescado y con las últimas compras de productos frescos. Es una delicia, surcando un océano y sentirse como en casa. Llega la primera noche en el atlántico, por fin, empezamos las rutinas de las guardias, yo decido que haré siempre las noches, quiero acostumbrarme a cuando ya Marc no esté y navegue en solitario.
Qué maravilla, hemos atangonado el génova, llevamos toda la mayor arriba y navegamos en el océano, ésta será la forma más habitual de navegar para muchos días venideros. Todo es rutina, descansar, comer, pescar, trabajar con la carta de navegación, guardias, descansar…
Hasta ahora la previsión más o menos se iba cumpliendo, pero hoy no quiere seguir la regla. Hace horas que el viento no deja de subir de intensidad. Poco a poco hemos ido reduciendo el trapo, hasta que ya sólo queda la trinqueta . En una noche más estaremos en puerto, pero esto se está poniendo muy serio, las olas empiezan a dar miedo, son las más grandes que haya visto jamás, y donde tendría que soplar 20 nudos ya sopla el doble. “dale Ni Banu navega rápido, que esto no me da buena vibración”. Empiezo a desear estar en puerto y cuando pasa eso solo hay una forma de llamarlo, miedo, pero navegamos seguros y a buena marcha, así que me digo, paciencia, ya está anocheciendo, cuando amanezca ya se habrá acabado todo, así que para adelante y vigílalo todo bien, para evitar más problemas. El temporal ya es un hecho, esto solo hay una forma de acabarlo, llegando al puerto, y mientras tanto nosotros disimulamos las preocupaciones escuchando a Marley, mientras surfeamos unas olas enormes, cada vez más grandes.
“Pan pan, pan pan, pan pan”, eso es lo que dice la radio, y eso es lo único que jamás quisiera oír en una situación como esta, es la señal de socorro que envía una embarcación y que por la calidad de la recepción debe de estar muy cerca. Marc contesta y les toma la posición, están solo a 14 millas, aquí al lado, pero por detrás de nosotros. Nos hacen saber por radio que son dos personas a bordo de un catamarán que por culpa del temporal no tienen ya capacidad de gobernar. Pero están a 14 millas por detrás de nosotros y el viento ya sopla con rachas de más de 60 nudos, unos 120 kilómetros por hora, pero ese no es el mayor de los problemas, las olas ya alcanzan los 7 metros de altura, me es totalmente imposible mediar en contra de este mar. Les preguntamos cómo se encuentran y contestan que muy cansados pero bien. Les hago saber mi posición y que permaneceremos a la escucha, pero nos es imposible llegar con este temporal a su posición, y menos aún remolcarles, ya que el catamarán supera con creces el tamaño de nuestro barco. Ellos no disponen de radio de largo alcance, así que vamos a llamar por ellos a salvamento marítimo, y funciona a las mil maravillas, en nada se organiza el salvamento y Marc y yo podemos preocuparnos de nuestros propios problemas.
Es realmente mágico ver al barco, concentrado en medio del temporal, navegando como si siempre lo hubiera hecho. La situación aún no es desesperante y todo está bajo control, pero no tarda en saltar la alarma, en el radar sale el eco de un mercante que se dirige directamente hacia nosotros. Le llamamos por radio, una vez, y otra, y otra, es increíble, nada, cada vez más cerca, el temporal está en su máximo apogeo, no puede ser verdad, porque no contestan, se acaba el tiempo, se acaba, se acabó,” Marc, deja la radio, vamos a trasluchar”. Joder, trasluchar con fuerza 9 y olas de 7 metros a menos de 100 metros de un mercante, porque el de la radio está dormido. “Vamos haya”. La maniobra sale perfecta y me alegro de haber tomado la decisión a tiempo, ha faltado muy poco, vemos su popa perfectamente aun de noche, ha estado muy justo. Entre el miedo he sentido también mezcla de otros sentimientos, orgullo de a ver hecho lo correcto, pero sobre todo de haber sentido el barco en una situación como esta. Nunca había estado tan cerca de él, tan dentro suyo, éramos uno, él sabía lo que había que hacer, como coger la ola y bajarla, hasta qué punto meter el timón para virar y como deshacer lo hecho para que todo vuelva a estar como antes pero a salvo de obstáculos, con los tiempos correctos, te siento Ni Banu, me entrego a ti, te entregas a mí, siento que es mi protector, si, saldremos de esta.
Pero la dicha no dura mucho. Y de repente se cae toda la electrónica. “Nooo!”. Salto como el rayo a ver qué puedo hacer y dejo a Marc al timón, sin electrónica no funciona el piloto automático. La verdad no sé como pero en un periquete todo se arregla, toco no sé dónde, no sé qué cable, que se debe a ver aflojado con la maniobra, y todo vuelve a la normalidad, si se puede decir a nuestra situación normal.
Ahora si está muy duro. No puedo imaginar que se ponga peor. Navegamos atados con los arneses a la bitácora, el barco está cerrado con la puerta bien ajustada, me temo lo peor en cualquier momento. Miramos hacia el mar y la imagen es algo que es difícil describir con palabras, el mar está totalmente blanco, hay olas gigantescas rompientes por todas partes, son rompientes enormes, el mar ruge, ruge altísimo, no es creíble si no lo oyes, ruge ensordecedor. La espuma vuela por todas partes, el mar está pidiendo venganza y nos ha pillado a nosotros en medio. Si una ola rompiente nos agarra, estamos perdidos, pero a la vez, mezclado con el miedo, con la angustia, está la belleza. El mar es la belleza. Es el panorama más salvaje de la naturaleza y yo estoy en el medio viendo el espectáculo, que salga ya el sol, que no salga, muero de miedo y vivo gracias a él.
Y paso. La ola asesina llevaba muchas millas generándose, Alguna de sus hermanas ya nos habían avisado haciendo perder casi el control del barco, pero esta es la más grande de la serie y actúa en el momento justo. Explota debajo de nosotros y no somos más que su capricho para su trayectoria.
Todo pasa muy rápido. Son solo fotogramas los que se me quedan grabados, como flases muy lentos. Miles de litros de agua salada encima, la necesidad de agarrarse con los dos brazos a algo muy firme del barco, la sensación contra natura de apoyarte en el barco totalmente acostado en uno de sus lados sin perder el equilibrio, dándote cuenta de que estás de pie pero el barco no, buscar a tu compañero pero la confusión no te deja verlo y tienes que esperar, y una extraña sensación de lentitud en todo lo que está aconteciendo, mezclado con un increíble silencio que no puede ser real, con una serenidad que no es real, es muy raro, estoy bien, pero hasta cuando, lo piensas serenamente, pensando mucho pero con la mirada perdida, cuánto va a durar esto, todo va muy lento, y de repente, zas, se adriza el barco, todo vuelve a estar en su sitio.
Marc está bien. Te vuelves frio, “estas bien”, “si”, pues a otra cosa. El ruido ensordecedor ha vuelto, y se mezcla con el que hace el agua al salir de la bañera. Se me graba ese ruido para siempre. Empiezo por coger el timón y poner el barco a rumbo, a favor del viento. Ya he visto que el palo sigue en su sitio, eso sí es una buena noticia, pero hay muchos otros problemas, la capota de tela con tubos de inox, se ha destruido mientras nos protegía de un golpe mayor de la ola, todo está hecho un desastre, no queda ni un solo cabo abordo, todos están arrastrándose por el agua y no quisiera que se enredaran en la hélice, me va a hacer falta el motor para salir de esta. Pero la peor parte se la ha llevado el arco de inox que esta atrás del todo y que me sirve para sujetar el barco auxiliar, y llevar las placas solares. Delos cuatro puntos de apoyo, se han soltado los dos de babor y las placas se han quedado colgando por los cables eléctricos, increíble, también se ha arrancado todo el balcón de babor y roto de cuajo los cables que hacen de barandilla. A trabajar. No hay tiempo que perder. “Marc, todo lo que no sirva, por la borda, hay que recoger todo, ya”, le digo mientras le pido que me estreche la mano para formar un solo equipo, bajo unas circunstancias al límite. Y nos ponemos manos a la obra.
Rápidamente se suben todos los cabos a bordo y se limpia la bañera, esta era la parte fácil. “Marc, baja a ver si hay entradas de agua y ponte a la radio para darle nuestra posición a salvamento marítimo, pero diles que seguimos navegando por nuestros propios medios”
Tengo que hacer firme el arco, porque si sigue así se va a liar bien gorda. Pero el balcón que te protege no está, el mar sigue haciendo de las suyas y es muy difícil salir de la bañera, pero hay que hacerlo, o todo puede empeorar. Consigo pasar un cabo por el arco y lo hago firme con ayuda de un winche, contra el casco. Estoy saltando toda la pintura y la fibra, pero esto va a aguantar y no lo pienso más. Llevamos arrastrando el aro salvavidas, tiene mucha fuerza, no lo podré subir, cortare el cabo. Y al hacerlo, no sé cómo, me clavo la navaja en la pierna. Entro y me siento al lado de mi compañero. “me acabo de clavar la navaja en la pantorrilla”, creo que mi cara debe de ser un poema. Me chequea y “nada, no pasa nada”, la sangre deja de salir y llamar la atención rápidamente. Guardamos las placas solares antes de que se pierdan, así como la vela asimétrica, que el viento estaba sacando de su funda.
Todo está ya en orden en cubierta, a ver como ha quedado por adentro. Es un espectáculo dantesco. Todo, absolutamente todo, está fuera de su sitio. Todo está Mezclado, por el suelo. Es imposible pisar el suelo, que está colapsado de miles de cosas. Herramientas, cartas náuticas, libros, cristales rotos de botellas de vino, cojines, cuadros, toda la comida se a salido de los cofres, botes de tomate explotados se mezclan con todo, cubiertos, platos, cazuelas, todo. Las estanterías están vacías. Hay libros dentro del horno. Cientos de tornillos, tuercas, arandelas, remaches… están por todas partes.
Hay que encontrar la carta de la zona y el libro de los puertos de las canarias, las pilas para las linternas, por si acaso y todo lo que sea imprescindible ahora.
Estamos agotados. Un par de olas más nos recuerdan que se puede repetir la situación, pero al amanecer entramos en el puerto de Arrecife, todo ha terminado.
Después de amarrar el barco en el muelle, saltamos a tierra y nos sentamos a mirarlo, está herido, pero todo tiene remedio. La euforia que sentimos es grande como el océano, nos ha transformado. Pero dentro queda aún el terror dé lo vivido, tengo dudas de que hacer ahora. Miro a mi barco con emoción, “ y ahora que Ni Banu?”, -Ahora ya estamos en casa, ahora sí, yo solo se navegar”.