Ahora siento. “América”, grito al ver tierra. Es un grito reflejo, que suelto sin haberlo ensayado. Me sale natural y siento la misma emoción de aquellos primeros navegantes que se aventuraban en el océano sin saber ni entender que al final, a muchas horas de viaje, de muchos días, de semanas, más de lo que tu lógica te deja pensar, se ve una nueva tierra. Una tierra que te han dicho, que has interiorizado que existe, que está allí y que si viajas sin descanso hacia el oeste y no paras, después de muchas guardias, de muchos cigarros, de muchas estrellas, siestas, de mucho camino, de mucho emigrar hacia ese sueño, es real y llega un día que aparece como un fantasma en la proa del barco y puedes sentir nuevos misterios y un cambio de etapa.
Ya he llegado al caribe, ya estoy en tierra otra vez, pero no en casa, sino en casa ajena, donde todo será nuevo, donde poder parar y hacer una pausa en mi cabeza para asimilar la nueva situación.
Es el fin de mi compañía. Ahora toca ir solo. Marc, que vivió conmigo todo mi periplo hasta aquí, se desembarca. Ha sido un viaje duro para los dos. Si va todo como una seda, también puede resultar ser duro, ya que la cabeza se pone al límite en este tipo de viaje. Tienes que saber dónde te metes y trabajar todos los días para que la convivencia sea fluida todo el tiempo. Para mí que soy muy nervioso y estoy acostumbrado a estar solo, me cuesta mucho trabajo personal aprender a compartir una experiencia así, y eso que aprendí mucho en otra travesía atlántica, donde por cumpa de la cabeza lo pase muy mal y lo hice pasar mal al resto de la tripulación por chorradas, que en ese momento parecían un mundo y te hace no saber valorar el regalo que te entrega el universo en colocarte en esa situación, en esa vivencia tan única.
Ahora Marc me deja y me regala la frase que más me ha gustado oír en años. Me dice que volvería a hacerlo otra vez. Me hace olvidar todos los pequeños problemas que mi cabeza creó y que me hacían olvidar parcialmente de la gran vivencia que hemos tenido juntos y que nos ha elevado a los dos. Mi corazón esta tranquilo y feliz.
Ahora sí que estaré solo de verdad, con mi casa, con lo único que poseo, mi barco al otro lado del charco. Estoy en el caribe, muy lejos España.
Si quiero regresar, hay que plantear un viaje largo y puede que más duro para volver.
Con cientos de nuevas interrogantes, de muchas dudas de futuro, ya que mi economía es muy precaria, apenas si tengo dinero ya para poder volver a Barcelona con el barco. Si eso es lo que quiero, tendré que gastar casi nada y guardar el dinero suficiente con el que preparar el barco. Pero no lo tengo claro, eso me lo dice la cabeza, pero el corazón, con unas pulsaciones muy fuertes me dice, “sigo hacia el oeste, ahora ya he roto las amarras, ya tengo el sabor de un océano y quiero probarlos todos, quiero más, quiero seguir y complicarme la vida hasta mi limite, para aprender para conocerme”.
Pero ahora lo primero es que Marc se marcha, es el presente lo que cuenta, lo que quiero sentir. Ya no voy a tener compañía con quien repartir guardias, inventar en la cocina para disfrutar los regalos del mar y aprender a ser panadero, a hacer de la rutina algo divertido, de descansar a pierna suelta, porque en mi sueño, el barco navega seguro en una mano amiga. El compañero con el que le vi la cara más dura al océano y que nos hizo aumentar para siempre el respeto a ese espacio de agua salada que te da todo y que te lo puede quitar todo, se va.
Empieza una nueva etapa, en la que caminare solo. No, solo no, con el barco, mi talismán de viaje inseparable, que el capricho del destino me puso delante para que me enamorase de él y fuese su compañero y amigo, sin teatro, sin pensar en nada, sin juicios. Es quizás la mejor de las sensaciones. Cuando descubres, cuando sientes, cuando aprendes que el barco es un ser vivo. Eres tú mismo, si te cuidas, el funciona, si estas alegre él hace las millas fáciles, pero si es al contrario, si no trabajas para estar mejor, si te entristeces, él se cae, se pone feo y necesita de tu empatía para recuperar el ánimo y volver a brincar las ola con juventud y darte todas la millas que tu alegre corazón necesita devorar. Es realmente una prolongación de mi ánimo y solo necesito echarle un vistazo, para verme reflejado y saber cómo me encuentro. Él es yo mismo y no esconde nunca nada.
Le Marín, Martinica, a 13 días a vela de Cabo Verde, a unos 60 días de Barcelona. Estoy en tierra firme. Mi barco me espera para que yo sienta por primera vez la soledad. Es una sensación agridulce. Solo, con mi barco, puedo ir donde quiera, hacia cualquier parte, soy más libre de lo que jamás haya sido. El mundo es mío. Solo yo decido. Si quiero volver, vuelvo, si quiero seguir hacia cualquier otro lugar, pues simplemente voy.
Y el corazón me grita, “conozcamos todas las Antillas”.
Y tú, Ni Banu, que dices, “De regresar siempre hay tiempo y aquí se está tan tranquilo”
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